La ética es un discurso saturado. Todo el mundo habla de ética, se la regala con creces. Los filósofos están de parabienes porque se ha puesto de moda que las empresas tengan consultores de ética. Los académicos se apropian de materias que se glorifican con su nombre. Los ciudadanos reclaman mayor eticidad de sus gobernantes. Los medios de comunicación enjuician, denuncian y se indignan ante la falta de ética de los políticos. Los avances científicos también se calibran en términos de ética. Este libro también habla de ética, de una ética como campo de enfrentamiento, discurso imposible, circuito de tensiones . Badiou y Rorty son dos polos de referencia filosófica. Un posmarxista que no abandona la idea de una política de liberación y emancipación de los hombres; otro liberal y pragmatista que espera mayor solidaridad y menor crueldad en las relaciones humanas. En este libro, editado por Tomás Abraham, Badiou explica el porqué de su crítica al discurso contemporáneo de la ética, a la idea del Otro, del Diferente, de la Víctima. A la insuficiencia de una ética de los derechos humanos que sólo se define por un consenso artificial sobre la idea del mal. Badiou funda la ética sobre el Bien, y el Bien sobre una nueva propuesta de lo que es la Verdad. Para Badiou el valor que define a la ética es el coraje. Rorty ataca los teoricismos racionalistas que pretenden fundar la ética sobre una razón universal. Apela a la imaginación, al sentimiento y a los efectos políticos de la emoción. Afirma que se requieren nuevas metáforas, un nuevo vocabulario para diagnosticar el presente. Ya ni siquiera sirven las palabras marxistas. Para él, la izquierda debe darse vuelta como un guante para aceptar las ventajas de cierto capitalismo y la positividad de una actitud favorable a las reformas legislativas. A su vez, el ensayo de Tomás Abraham es una disputa con ambos filósofos, una permanente interrogación sobre sus supuestos y afirmaciones al mismo tiempo que un recorrido sobre sus posiciones. Este libro pretende arrancar a la ética de la autocomplacencia de los discursos espirituosos y de las coartadas morales que pretenden compensar con ideales el fracaso de la política.